La guerra de Rusia ha supuesto una catástrofe para Ucrania y una crisis para todo el mundo, el cual se ha vuelto un lugar más inestable y aterrador.
Más allá de las fronteras de Ucrania, la invasión hizo añicos la seguridad europea, redibujó las relaciones entre los países y remeció la interconectada economía global.
El conflicto es un sombrío recordatorio de que la gente tiene poco control sobre el rumbo de la historia. Nadie lo tiene más claro que los 8 millones de ucranianos que se han visto obligados a abandonar sus hogares en busca de nuevas vidas en poblaciones dentro y fuera de Europa. Para millones de personas afectadas de forma menos directa, la brusca ruptura de la paz en Europa ha supuesto ansiedad e incertidumbre. Las amenazas veladas de Putin sobre el empleo de armas atómicas si escala el conflicto reavivaron el temor a una guerra nuclear, olvidado desde la Guerra Fría. Los combates en torno a la central nuclear de Zaporiyia han despertado el miedo a un nuevo Chernobyl.
Pero la comida sigue siendo una pieza de negociación geopolítica. Rusia ha intentado culpar a Occidente por los altos precios, mientras que Ucrania y sus aliados acusan a Rusia de esgrimir el hambre como arma. Al igual que la pandemia, la guerra “ha recalcado mucho la fragilidad” de un mundo interconectado, explicó German, y el impacto económico total del conflicto aún se desconoce. La guerra también ha remecido los esfuerzos por combatir el cambio climático e impulsado el consumo europeo de carbón, un combustible muy contaminante.
El impacto económico de la guerra se ha sentido desde las viviendas frías en Europa a los mercados en África. Antes de la guerra, las naciones de la Unión Europea importaban casi la mitad de su gas natural y un tercio de su crudo de Rusia. La invasión y las sanciones impuestas a Moscú como represalia asestaron un golpe a los precios de la energía inaudito desde la década de 1970. La guerra trastocó un comercio global que aún no se había recuperado de la pandemia de Covid-19. Los precios de la comida se han disparado porque Rusia y Ucrania son importantes proveedores de trigo y aceite de girasol, y Rusia es el mayor productor de fertilizante del mundo.
Moscú sigue ganando influencia en África y Oriente Medio a través de su fuerza económica y militar. El Grupo Wagner, una compañía rusa de mercenarios, se ha vuelto más poderosa en conflictos desde el Donbás al Sahel. En un eco de la Guerra Fría, el mundo se divide en dos bandos y muchos países, como la populosa India, se reservan sus apuestas a ver quién sale victorioso. El conflicto ha abierto una fractura entre el “orden internacional liberal liderado por Estados Unidos” en un lado y la enojada Rusia y la cada vez más fuerte y asertiva China en el otro, indicó Tracey German, profesora de conflicto y seguridad en el King’s College London.
La guerra ha hecho de Rusia un paria en Occidente. Sus oligarcas han sido sancionados y sus negocios vetados, y marcas internacionales como McDonald’s o Ikea han desaparecido de las calles del país. Sin embargo, Moscú tampoco se ha quedado sin amigos. Rusia ha estrechado sus lazos económicos con China, aunque Beijing mantiene las distancias con los combates y por ahora no ha enviado armas. Estados Unidos ha expresado hace poco su preocupación porque eso pudiera cambiar. China sigue de cerca un conflicto que podría alentar o disuadir a Beijing de un intento de reclamar por la fuerza la autogobernada Taiwán.
El Presidente de Rusia, Vladimir Putin, esperaba que la invasión dividiera a Occidente y debilitara la OTAN. En lugar de eso, la alianza militar se ha visto reforzada. El grupo formado para hacer frente a la Unión Soviética ha encontrado una nueva determinación y tiene dos nuevos aspirantes en Finlandia y Suecia, que abandonaron décadas de no alineamiento y pidieron unirse a la OTAN como protección contra Rusia. La Unión Europea ha impuesto duras sanciones a Rusia y enviado miles de millones de euros a Ucrania. La guerra puso en perspectiva las disputas en torno al Brexit y mejoró las relaciones diplomáticas entre el bloque y su antiguo miembro, Reino Unido.
Rusia ha movilizado cientos de miles de reclutas y aspira a expandir su Ejército de 1 a 1,5 millones de efectivos. Francia tiene previsto aumentar su gasto militar en un tercio para 2030, mientras que Alemania ha abandonado su antiguo veto a la venta de armas para zonas de conflicto y enviado misiles y tanques a Ucrania. Antes de la guerra, muchos observadores asumieron que las fuerzas militares optarían por tecnología más avanzada y guerra cibernética y dependerían menos de tanques o artillería, indicó Patrick Bury, profesor de seguridad en la Universidad de Bath. Pero en Ucrania, las armas y la munición son la prioridad. “Al menos por el momento, se está demostrando que en Ucrania, la guerra convencional, Estado contra Estado, está de vuelta”.
Tres meses antes de la invasión, el entonces Primer Ministro Boris Johnson se burló de la idea de que el Ejército británico necesitara más armas pesadas. “Las viejas ideas de grandes combates de tanques en tierras europeas”, dijo, “están anticuadas”. Ahora, Johnson insta a Reino Unido a enviar más carros de combate para ayudar a Ucrania a repeler las fuerzas rusas. Pese al papel que juegan nuevas tecnologías como satélites y drones, este conflicto del siglo 21 se parece en muchos aspectos a uno del siglo pasado. Los combates en la región oriental ucraniana del Donbás son una lucha brutal marcada por el lodo, las trincheras y sangrientos ataques de infantería que recuerdan a la Primera Guerra Mundial. El conflicto ha desencadenado una nueva carrera armamentística que algunos analistas comparan con la acumulación de la década de 1930 antes de la II Guerra Mundial.